Lectura del santo Evangelio según San Marcos
En aquel tiempo, proclamaba Juan:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».
Palabra del Señor.
Al reflexionar sobre el bautismo de Jesús, comprendemos mejor que aquel Niño que contemplábamos en Belén hace muy pocos días y que fue presentado ante los pueblos por medio de una estrella, la misma que guía a los Magos de Oriente y a los pastores hacía el Portal, ha de ejercer una misión en nombre de Dios.
Sobre Él, reposa toda la confianza del Padre y toda la fuerza del Espíritu Santo.
Si en Navidad contemplábamos al Verbo Encarnado, ahora se manifiesta Dios al completo, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dios se implica en la historia humana. La historia de Jesús se transforma ahora en la historia del Dios-con-nosotros y del nosotros-con-Dios.
Juan ha estado bautizando en el Río Jordán por mucho tiempo. Un día, Jesús vino desde Nazaret y Galilea, y le pidió a Juan que lo bautizara. Juan protestó porque pensaba que Jesús era el que lo tenía que bautizar a él.
Pero Jesús le dijo que necesitaba ser bautizado para completar toda su virtud. Entonces, Juan lo bautizó en el río.
Inmediatamente después de que lo bautizara, mientras oraba, el cielo abrió sus puertas y una paloma descansó en el hombro de Jesús. Era el Espíritu de Dios en forma de paloma para que Jesús lo viera.
De momento hubo una voz saliendo desde el cielo y dijo, “Tú eres mi querido hijo, y yo estoy muy complacido contigo.” La paloma y la voz de Dios eran una señal diciendo que Jesús era el Mesías.
Después de todo eso, Juan reunió un grupo de personas. Jesús se acercó al grupo mientras Juan hablaba con ellos. “¡Miren!, La mano de Dios viene para liberarnos del pecado que hay en este mundo.” Le dijo que vio el Espíritu de Dios bajando donde Jesús en forma de una paloma. Que escuchó la voz de Dios, y que la paloma era un símbolo para revelar a su Hijo.
Juan y Jesús son parientes. La madre de Juan, Isabel, dijo de María, la madre de Jesús, que sabía iba a ser la madre del Hijo de Dios. Jesús era Dios hecho hombre quien venía a la tierra. Juan tenía una misión. Tenía que preparar al pueblo para el encuentro con Cristo, y estaba completando su misión. Ahora, Cristo se ha revelado.
Algunas personas fueron donde Juan y le dijeron que ahora las personas van siguiendo a Jesús, y no a él. Pensaban que eso le iba a molestar, pero Juan no tenía ningún problema con ello. Les dijo que él, no era el Cristo. Les dejo saber que Cristo debe ser el importante, y él debe ser menos importante.
Jesús se introduce en el río Jordán.
Y cumple Jesús toda justicia. Desciende a las aguas ante Juan. En aquellos momentos el inocente de todo pecado asume todos los pecados de los hombres. Los miles de millones de pecados de los hombres caen sobre sus espaldas, y los asume haciéndose pecado, como si fuesen suyos, sin serlo. Esta decisión libre le costará sangre y sudor, amor difícil, amor total que llegará a estar crucificado, hasta dar la vida por todos.
Cuando Jesús entra en las aguas y Juan baña su cabeza, son sumergidos todos los pecados de los hombres. Las aguas limpian el cuerpo, y por eso son tomadas como símbolo de la limpieza de las almas que se arrepienten ante Dios de sus pecados. Más no pueden hacer. Pero al sumergirse Jesús en las aguas, las santifica, les da una fuerza nueva. Más adelante, el bautismo lavará con las aguas los pecados hasta la raíz, y dará la nueva vida que Cristo conquistará en su resurrección. Serán, efectivamente, aguas vivas que saltan hasta la vida eterna.
Dios se manifiesta.
Al salir Jesús del agua sucede el gran acontecimiento: Dios se manifiesta. «Inmediatamente después de ser bautizado, Jesús salió del agua; y he aquí que se le abrieron los Cielos, y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma y venía sobre él. Y una voz del Cielo que decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me he complacido».
La voz es la del Padre, eterno Amante, el que engendra al Hijo en un acto de amor eterno, dándole toda su vida. El Hijo es el Amado, igual al Padre según su divinidad. Es tan Hijo que es consustancial con el Padre, los dos son uno en unión de amor. El Padre le dio toda su vida, y el Hijo ama al Padre con ese amor obediente que vemos en Jesús cuando desciende a las aguas como hombre que se sabe Dios, desde una libertad humana con la que se entrega por los hombres y ama al Padre. Y el Padre se complace en ese hombre que le ama con amor total y mira a los demás hombres saliendo del pecado, y les ama en el Hijo.
El Espíritu Santo
La paloma simboliza el Espíritu. Anunció la nueva tierra y la paz de Dios a los hombres después del diluvio, que habían sido castigados por sus pecados. Anuncia el amor a los que quieren vivir de amor. Anuncia junto a Jesús la nueva Alianza, en que, de nuevo, el Espíritu de Dios volará sobre las aguas del mundo. Limpiará los corazones con el fuego de su amor, purificará las intenciones, llenará de Dios a todos los que crean y esperen, inflamará de amor a los amantes que desean el amor total, tan lejano al amor propio.
Jesús es ungido por el Espíritu. Jesús es así el Cristo, el nuevo rey del reino del Padre. Antes los reyes eran ungidos con aceite, y la gracia de Dios les daba fuerzas. Ahora el Espíritu mismo invade a Jesús. Podrá actuar con plena libertad en su alma dócil, le impulsará, le encenderá en fuego divino. Por eso «Jesús lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán, y fue conducido por el Espíritu al desierto». Comienza su vida de Ungido por el Espíritu que le lleva a lo más alejado del paraíso, al desierto, donde se mortifica, reza y sufre la tentación de Satanás.
¿SOY DE LOS TUYOS, SEÑOR?
Me dicen que fui bautizado,
pero no sé muy bien, Señor,
hasta qué punto soy de los tuyos,
de tu grupo, de tu familia, de tus ideas,…
de los que defienden, sin fisuras,
tu Palabra sin riesgo de ser descafeinada.
Dicen que, el Espíritu, quema
y me siento un tanto frío.
Me advierten que, el Bautismo,
es un punto de salida
y frecuentemente me instalo en mis intereses.
Me recuerdan que, ser de los tuyos,
es optar por tu Palabra, por tu vida,
por tu mensaje, por tu cruz,
por tus caminos y por tus contradicciones.
Y, cuántas veces, Señor,
me dejo guiar exclusivamente
por el vocerío del mundo
amañar por las sensaciones del simple escaparate
seducir con fuegos artificiales
asustar por el sufrimiento
o añorar y buscar atajos
sin que me digan que soy de los tuyos.
¿SOY DE LOS TUYOS, SEÑOR?
Ayúdame, Señor,
a convertirme, para estar cerca de Ti
a liberarme, para dedicarme a Ti
a llenarme de tu Espíritu,
para ofrecerme al pregón de tu Reino
Que tu Bautismo, Señor,
sea para mí, causa de crecimiento
llamada a la sinceridad y a la valentía
a la generosidad y al testimonio
a la verdad y a la firme respuesta.Amén.
(¿Soy de los tuyos, Señor? de D. Javier Leoz Ventura)