«He aquí, la esclava del Señor. Hágase en mí, según tu Palabra»

La concepción es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es pues, el momento en que comienza la vida humana.

Cuando hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado. El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir, María es la “llena de gracia” desde su concepción.

La Encíclica “Fulgens corona”, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre»

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Y María dijo al ángel:

«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?».

El ángel le contestó:

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible».

María contestó:

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Y el ángel se retiró.

Palabra del Señor.

Inmaculada de Rubens

8  DICIEMBRE  –  SOLEMNIDAD  DE  LA INMACULADA  CONCEPCIÓN  DE  LA BIENAVENTURADA  VIRGEN  MARÍA. PATRONA  DE  ESPAÑA.

LA LITURGIA Y ELOGIO DEL MARTIROLOGIO ROMANO

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, que, realmente llena de gracia y bendita entre las mujeres en previsión del Nacimiento y de la Muerte salvífica del Hijo de Dios, desde el mismo primer instante de su Concepción fue preservada de toda culpa original, por singular privilegio de Dios. En este mismo día fue definida el año 1854 por el papa Pío IX como verdad dogmática recibida por antigua tradición.

EL DOGMA

En la Constitución Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX pronunció y definió que la Santísima Virgen María «en el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano, fue preservada de toda mancha de pecado original».

Inmaculada de Alonso del Arco

SIGNIFICADO DE INMACULADA CONCEPCION

  • «La Santísima Virgen María…”
    El sujeto de esta inmunidad del pecado original es la persona de María en el momento de la creación de su alma y su infusión en el cuerpo.
  • “… en el primer instante de su concepción…”

El término concepción no significa la concepción activa o generativa por parte de sus padres. Su cuerpo fue formado en el seno de la madre, y el padre tuvo la participación habitual en su formación. La cuestión no concierne a lo inmaculado de la actividad generativa de sus padres. Ni concierne tampoco absoluta y simplemente a la concepción pasiva (conceptio seminis carnis, inchoata), la cual, según el orden de la naturaleza, precede a la infusión del alma racional.

La persona es verdaderamente concebida cuando el alma es creada e infundida en el cuerpo. María fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer momento de su animación, y la gracia santificante le fue dada antes que el pecado pudiese hacer efecto en su alma.

  • “…fue preservada de toda mancha de pecado original…”

La esencia activa formal del pecado original no fue removida de su alma como es removida de otros por el bautismo. Fue excluida, nunca estuvo en su alma. A ella se le confirió el estado de santidad original, inocencia y justicia, como opuesto al pecado original, por cuyo don se excluyeron cada mancha y falta, todas las emociones, pasiones y debilidades depravadas, esencialmente pertenecientes al pecado original; mas no fue eximida de las penas temporales de Adán—el dolor, las enfermedades corporales y la muerte.

  • “… por un singular privilegio y gracia concedidos por Dios, en vista de los méritos de Jesucristo, el Salvador del linaje humano”

A María se le dio la inmunidad del pecado original por una singular exención de una ley universal por los mismos méritos de Cristo, por los cuales los demás hombres son limpiados del pecado por el bautismo. María necesitó al Redentor para obtener esta exención y ser liberada de la necesidad y de la deuda (debitum) universal de estar sujeta al pecado original.

La persona de María, por su origen de Adán, habría estado sujeta al pecado, pero, siendo la nueva Eva, quien sería la madre del nuevo Adán, fue apartada de la ley general del pecado original, por el eterno designio de Dios y por los méritos de Cristo. Su redención fue la verdadera obra maestra de la sabiduría redentora de Cristo. Es un redentor mayor quien paga la deuda en que no incurrió que quien paga después que ha caído en la deuda.

Inmaculada de Murillo

A SAGRADA ESCRITURA

  • Génesis 3,15

No es posible extraer de la Escritura pruebas directas, categóricas ni concluyentes sobre el dogma; pero el primer pasaje bíblico que contiene la promesa de la redención menciona también a la Madre del Redentor.

La sentencia contra los primeros padres fue acompañada del Primer Evangelio (Proto-evangelium), que pone enemistad entre la serpiente y la mujer: “Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje; ella (él) te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.” (Gén. 3,15). La traducción «ella» de la Vulgata es interpretativa; tiene su origen después del siglo IV, y no se puede defender críticamente.

El vencedor salido de la estirpe de la mujer, que aplastará la cabeza de la serpiente, es Cristo; la mujer en enemistad con la serpiente es María. Dios puso enemistad entre ella y Satán en el mismo modo y medida que hay enemistad entre Cristo y la estirpe de la serpiente.

María estaría siempre en ese estado exaltado del alma que la serpiente había destruido en el hombre, es decir, en la gracia santificante. Sólo la continua unión de María con la gracia explica suficientemente la enemistad entre ella y Satán.

El proto-evangelio, por lo tanto, contiene en el texto original una promesa directa del Redentor, y en conjunción con ello la manifestación de la obra maestra de Su Redención, la perfecta preservación de su Madre virginal del pecado original.

  • Lucas 1,28

El saludo del Arcángel Gabriel: “Xaire kejaritomene”, “Salve, llena de gracia” indica una única abundancia de gracia, un estado del alma divino y sobrenatural, que encuentra explicación sólo en la Inmaculada Concepción de María. Pero el término “kejaritomene” (llena de gracia) sirve sólo como una ilustración, no como una prueba del dogma.

  • Otros textos

No se puede extraer ninguna conclusión teológica a partir de los textos de:

-Proverbios 8 y Eclesiástico 24 (que exaltan la Sabiduría de Dios y que en la liturgia se aplican a María, la más bella obra de la Sabiduría de Dios), o
-desde el Cantar de los Cantares (4,7, “Toda hermosa eres, amada mía, y no hay tacha en ti”).

Estos pasajes, aplicados a la Madre de Dios, pueden ser entendidos por quienes conocen el privilegio de María, pero no sirven para probar la doctrina dogmáticamente y, por lo tanto, se omiten en la Constitución «Ineffabilis Deus». Para el teólogo es materia de conciencia no adoptar una posición extrema para aplicar a una criatura textos que pueden denotar prerrogativas de Dios.

Inmaculada de Zurbarán

LA TRADICION

En el testimonio de los Padres se insiste sobre dos puntos: su absoluta pureza y su posición como segunda Eva.

  • María como segunda Eva

Los siguientes autores desarrollan esta famosa comparación entre Eva, mientras era todavía inmaculada e incorrupta, es decir, no sujeta al pecado original, y la Santísima Virgen:
San Justino – San Ireneo – Tertuliano – Fírmico Materno – San Cirilo de Jerusalén – San Epifanio – Teodoto de Ancira y Sedulio.

  • La pureza absoluta de María

Abundan los escritos patrísticos sobre la pureza de María:
San Hipólito y los Padres llaman a María el tabernáculo exento de profanación y de corrupción.

Orígenes la llama digna de Dios, inmaculada del inmaculado, la más completa santidad, perfecta justicia, ni engañada por la persuasión de la serpiente, ni infectada con su venenoso aliento.

.San Ambrosio dice que es incorrupta, una virgen inmune de toda mancha de pecado a través de la gracia.

La Inmaculada de los Venerables, de Murillo. Museo del Prado

San Máximo de Turín la llama morada preparada para Cristo, no a causa del hábito del cuerpo, sino de la gracia original .

Teodoto de Ancira la llamó virgen inocente, sin mancha, libre de culpabilidad, santa en el cuerpo y en el alma, un lirio primaveral entre espinas, incontaminada del mal de Eva, ni se dio en ella comunión de luz con tinieblas, y, desde antes de nacer, fue consagrada por Dios .

Refutando a Pelagio , San Agustín declara que todos los justos han conocido verdaderamente el pecado «excepto la Santa Virgen María, de quien, por el honor del Señor, yo no pondría en cuestión nada en lo que concierne al pecado» .

  • María fue prenda de Cristo :San Pedro Crisólogo.

Es evidente y notorio que fue pura desde la eternidad, exenta de todo defecto . S. Sabae.

Fue formada sin ninguna mancha . San Proclo.

Fue creada en una condición más sublime y gloriosa que cualquier otra criatura: Teodoro de Jerusalén.

Cuando la Virgen Madre de Dios nació de Ana, la naturaleza no se atrevió a anticipar el germen de la gracia, pero quedó sin fruto .San Juan Damasceno.

Inmaculada de Mateo Cerezo

FUENTE SELLADA DE ESPÍRITU SANTO

Los Padres sirios nunca se cansaron de ensalzar la impecabilidad de María. San Efrén no consideró excesivos algunos términos de elogio para describir la excelencia de la gracia y santidad de María:

«La Santísima Señora, Madre de Dios, la única pura en alma y cuerpo, la única que excede toda perfección de pureza, única morada de todas las gracias del más Santo Espíritu, y, por tanto, excediendo toda comparación incluso con las virtudes angélicas en pureza y santidad de alma y cuerpo… mi Señora santísima, purísima, no profanada, incorrupta, inviolada, prenda inmaculada de Aquel que se revistió con luz por ropaje… flor inmarcesible, púrpura tejida por Dios, la solamente inmaculada»

Para San Efrén ella era tan inocente como Eva antes de la caída, una virgen alejada de toda mancha de pecado, más santa que los serafines, fuente sellada del Espíritu Santo, semilla pura de Dios, por siempre intacta y sin mancha en cuerpo y en espíritu.

Santiago de Sarug dijo que “el mismo hecho de que Dios la eligió prueba que nadie fue nunca tan santa como María; si alguna mancha hubiese desfigurado su alma, si alguna otra virgen hubiese sido más pura y más santa, Dios la habría elegido y rechazado a María”. Parece, por lo tanto, que si Santiago de Sarug hubiese tenido idea clara de la doctrina del pecado, habría sostenido que fue perfectamente pura de pecado original.

San Juan Damasceno considera que la influencia sobrenatural de Dios en la generación de María fue tan comprehensiva que ha de extenderse también a sus padres. Dice de ellos que, durante la generación, fueron colmados y purificados por el Espíritu Santo y librados de la concupiscencia sexual. En consecuencia, según Damasceno, incluso el elemento humano de su origen, el material del cual fue formada, fue puro y santo.

De todo esto se desprende que la creencia en la inmunidad de María frente al pecado en su concepción prevaleció entre los Padres, especialmente en los de la Iglesia Griega. Los Padres griegos nunca discutieron formal o explícitamente la cuestión de la Inmaculada Concepción.

Los niños de la concha de Bartolomé Esteban Murillo.

LA CONCEPCION DE SAN JUAN BAUTISTA

La Concepción de San Juan el Bautista: Una comparación con la concepción de Cristo y la de San Juan puede servir para arrojar luz sobre el dogma y sobre las razones por las que los griegos celebran desde antiguo las fiestas eclesiásticas de la Concepción de María.

La concepción de la Madre de Dios fue mucho más allá de toda comparación más noble que la de San Juan el Bautista, mientras que estuvo inconmensurablemente por debajo de la de su Divino Hijo.

El alma del precursor no fue preservada inmaculada en su unión con el cuerpo, sino que fue santificada ya sea poco después de la concepción de un estado previo de pecado o por la presencia de Jesús en la Visitación.

Nuestro Señor, al ser concebido por el Espíritu Santo y en virtud de su milagrosa concepción, estuvo “ipso facto” libre de la mancha del pecado original.

La Iglesia celebra fiestas de estas tres concepciones. Los Orientales tienen una Fiesta de la Concepción de San Juan el Bautista (23 de septiembre), que se remonta al siglo V, más antigua que la Fiesta de la Concepción de María, y, durante la Edad Media, se celebró también el 24 de septiembre en varias diócesis de Occidente el 24 de septiembre. La Iglesia Latina celebra la Concepción de María el 8 de diciembre; los orientales, el 9 de diciembre; la Concepción de Cristo tiene su fiesta en el calendario universal el 25 de marzo

La analogía de la santificación de San Juan el Bautista puede haber dado auge a la fiesta de la Concepción de María. Si era necesario que el precursor del Señor fuese puro y «lleno del Espíritu Santo» desde el seno de su madre, tal pureza era no menos conveniente para Su Madre. Y si la Concepción de Juan tuvo su fiesta, ¿por qué no la de María?

Inmaculada de «El Greco»

LA RAZON

Hay una incongruencia en la suposición de que la carne a partir de la cual se formaría la carne del Hijo de Dios pudo haber pertenecido a una que fuera esclava del antiguo enemigo, cuyo poder Él vino a destruir en la tierra. De ahí el axioma del Pseudo-Anselmo desarrollado por Juan Duns Scoto,:
“DECUIT, POTUIT, ERGO FECIT”
Decuit, potuit, ergo fecit, convenía que la Madre del Redentor estuviese libre del poder del pecado desde el primer momento de su existencia; Dios podía darle este privilegio, por lo tanto, se lo dio.

De nuevo se señala que a San Juan el Bautista y al profeta Jeremías se les concedió un privilegio especial. Ellos fueron santificados en el seno de sus madres, porque por su predicación tenían una especial participación en el trabajo de preparar el camino de Cristo.

Por consiguiente, a María se le debe una prerrogativa mucho más alta. Escoto dijo que «el perfecto Mediador debía, en todo caso, hacer el trabajo de mediación más perfecto, en cuya mirada la ira de Dios fuese prevenida y no meramente apaciguada».

Inmaculada de Velázquez

DE LA FIESTA DE LA CONCEPCION DE SANTA ANA A
LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCION

La antigua fiesta de la Concepción de María (Concepción de Santa Ana), que tuvo su origen en los monasterios de Palestina por lo menos tan temprano como en el siglo VII, y la fiesta moderna de la Inmaculada Concepción no son idénticas en sus objetivos.

Originalmente la Iglesia celebraba sólo la Fiesta de la Concepción de María, como guardaba la Fiesta de la concepción de San Juan, sin discusión sobre la impecabilidad. Con el correr de los siglos esta fiesta se convirtió en la Fiesta de la Inmaculada Concepción, según la argumentación dogmática que trajo ideas precisas y correctas, y según ganaron fuerza las tesis de las escuelas teológicas sobre la preservación de María de toda mancha de pecado original.

El antiguo término permaneció incluso después que el dogma fue aceptado universalmente en la Iglesia Latina ; antes de 1854 el término «Inmaculada Conceptio» no se encuentra en ninguno de los libros litúrgicos.

Los griegos, sirios, etc. la llaman la Concepción de Santa Ana (Eullepsis tes hagias kai theoprometoros Annas, «la Concepción de Santa Ana, la antepasada de Dios»).

Para determinar el origen de esta fiesta debemos tener en cuenta los documentos genuinos que poseemos, el más antiguo de los cuales es el canon de la fiesta, compuesto por San Andrés de Creta, quien escribió su himno litúrgico en la segunda mitad del siglo VII.

Pero la solemnidad no pudo estar generalmente aceptada en todo Oriente en ese entonces, pues Juan, primer monje y luego obispo de la Isla de Euboea, hacia el año 750, hablando en un sermón a favor de la propagación de esta fiesta, dijo que no era todavía conocida por todos los fieles . Por lo tanto, se puede afirmar con seguridad que la fiesta de la Concepción de Santa Ana aparece en el Oriente no antes de finales del siglo VII o principios del VIII.

Inmaculada Concepción de Murillo

Como en otros casos análogos, la fiesta se originó en las comunidades monásticas. Los monjes, que concertaron la salmodia y compusieron varias piezas poéticas para el oficio, eligieron también la fecha del 9 de diciembre, que siempre se mantuvo en el calendario Oriental. Gradualmente la solemnidad emergió del claustro, entró en las catedrales, fue glorificada por los predicadores y poetas, y eventualmente se convirtió en fiesta fija en el calendario, aprobada por Iglesia y Estado.

En la Iglesia Griega la Concepción de Santa Ana es una de las fiestas menores del año. Para la Ortodoxa Griega la fiesta significa muy poco: continúan llamándola «Concepción de Santa Ana», indicando involuntariamente, quizá, la concepción activa que, ciertamente, no fue inmaculada. En el Menaion del 9 de diciembre esta fiesta ocupa sólo un segundo plano, pues el primer canon se canta en conmemoración de la dedicación de la Iglesia de la Resurrección en Constantinopla.

El hagiógrafo ruso Muraview y varios autores ortodoxos levantaron su voz contra el dogma después de su promulgación, aunque sus propios predicadores anteriormente habían enseñado la Inmaculada Concepción en sus escritos mucho antes de la definición de 1854.

En la Iglesia Occidental la fiesta apareció (8 de diciembre) cuando en el Oriente su desarrollo se había detenido. El tímido comienzo de la nueva fiesta en algunos monasterios anglosajones en el siglo XI, en parte ahogada por la conquista de los normandos, vino seguido de su recepción en algunos cabildos y diócesis del clero anglo-normando. Pero el intento de introducirla oficialmente provocó contradicción y discusión teórica en relación con su legitimidad y su significado.

Inmaculada de Juan de Roelas

ACEPTACION UNIVERSAL

  • Desde el tiempo del Papa Alejandro VII (+1667) mucho antes de la definición final, los teólogos no tuvieron dudas de que el privilegio estaba entre las verdades reveladas por Dios.
  • El Papa Clemente IX añadió a la fiesta una octava para las diócesis que se encontraban dentro de las posesiones temporales del Papa (1667).
  • El Papa Inocencio XII (1693) la elevó al rango de segunda clase con una octava para la Iglesia Universal, cuya categoría fue concedida en 1664 para España, en 1665
  • El 6 de diciembre de 1708 Clemente IX decretó que la fiesta debía ser de obligación para toda la Iglesia.
  • Por último, el 30 de noviembre de 1879 León XIII la elevó a fiesta de primera clase con vigilia.
  • Un oficio votivo de la Concepción de María, que hoy día se recita los sábados en la mayor parte de la Iglesia Latina, fue concedido primeramente a las monjas benedictinas de Santa Ana en Roma en 1603, a los franciscanos en 1609, a los Conventuales en 1612, etc.
  • Entre el 20 de septiembre de 1839 y el 7 de mayo de 1847 el privilegio de añadir a la Letanía de Loreto la invocación «Reina concebida sin pecado original» fue concedido a 300 diócesis y comunidades religiosas.
  • Finalmente el Papa Pío IX, rodeado por una espléndida multitud de cardenales y obispos, promulgó el dogma el 8 de diciembre de 1854; y el 25 de diciembre de 1863 prescribió un nuevo Oficio para todo la Iglesia Latina, por el cual decretó que se abolieran todos los demás Oficios en uso.
  • Las Iglesias Orientales le cambiaron el nombre a la fiesta desde 1854 en concordancia con el dogma de la «Inmaculada Concepción de la Virgen María». Las Iglesias Siria y Caldea celebran esta fiesta con los griegos el 9 de diciembre.
  • En 1904 se celebró con gran esplendor el jubileo dorado de la definición del dogma (Papa San Pío X, Enc., 2 de febrero de 1904).
Inmaculada de Miguel Cabrera

¿QUÉ CELEBRAMOS EN ESTA FIESTA?

  • La alegría de que Dios haya derramado en una mujer de nuestra raza la plenitud de su amor. No se trata solo de carencia de pecado, sino de Aquella que ha sido bendecida con toda clase de bienes espirituales en Cristo y es santa e irreprochable ante Dios por el amor.
  • Que la victoria sobre el pecado es posible y esa victoria es ya nuestra en cierta medida.
  • Celebramos que haya existido una criatura enemistada con los poderes del mal. Nosotros con ella pertenecemos a ese grupo de enemistados con la injustica, la violencia y el mal.
  • “Alégrate, llena de gracia”
    Se abren de par en par las puertas de la alegría.
    “Entra en el gozo de tu Señor”, María nos hace hijos agraciados con ella.
  • En Adviento María se pone a nuestro lado para enseñarnos cómo acoger a Jesús que llega.
  • En María descubrimos como terminada la misma obra que Dios tiene empezada en cada uno de nosotros. En ella vemos el resultado victorioso.

 

LA INMACULADA EN ESPAÑA

  • En el XI Concilio de Toledo el rey visigodo Wamba ya era titulado «Defensor de la Purísima Concepción de María», abriendo una línea de fieles devotos entre los reyes hispanos.
  • Monarcas como Fernando III el Santo, Jaime I el Conquistador, Jaime II de Aragón, el emperador Carlos I o su hijo Felipe II fueron fieles devotos de la Inmaculada y portaron su estandarte en sus campañas militares.
  • Desde el siglo XIV existen en España referencias de cofradías creadas en honor a la Inmaculada. La más antigua, en Gerona, data de 1330. En el siglo XVI se revitalizará este fervor con un ingente número de cofradías constituidas bajo la advocación de la Pura y Limpia Concepción de María, hermandades consagradas a las labores caritativas y la asistencia social.
  • Los franciscanos fueron muy fieles a la Inmaculada, y contribuyeron a su arraigo y extensión por todo el mundo. La Universidades, instituciones y pueblos proclamaron su voto de Defensa de la Inmaculada.

La Inmaculada Concepción en los primeros siglos

En los primeros siglos del cristianismo, los Santos Padres no se propusieron el problema de la Concepción Inmaculada de María. Pero la doctrina sobre el privilegio de María está contenida, como el árbol en la semilla, en las enseñanzas de los mismos Padres al contraponer la figura de María a la de Eva en relación con la caída y la reparación del género humano; al exaltar, con palabras sumamente encomiásticas, la pureza admirable de la Virgen; y al tratar sobre la realidad de su maternidad divina. Tres principios de la ciencia sobre María que dejaron firmísimamente sentados los primeros Doctores de la Iglesia.

La Inmaculada Concepción hasta la Edad Media

A partir del siglo IV, la Iglesia occidental no corre pareja con la oriental, en profesar la Concepción Inmaculada de María. La herejía nestoriana que atacó directamente, única en la historia, la prerrogativa máxima de la Virgen, su divina maternidad, y que iba extendiéndose en el siglo V, ofreció más frecuente ocasión y aun necesidad de exaltar la soberana figura de la Bienaventurada Madre de Dios; al paso que en Occidente, en esta misma época, el hereje Pelagio desfiguraba el concepto de pecado original y sus funestas consecuencias en los hombres, por lo que los Padres se ven constreñidos a tratar antes de la universalidad del pecado que de la gloriosa excepción que representa la Virgen.

  • En la Iglesia oriental

Encontramos el esforzado defensor de la maternidad divina de María, San Cirilo, que escribe: «¿Cuándo se ha oído jamás que un arquitecto se edifique una casa y la deje ocupar por su enemigo?». No se puede expresar más claramente la idea de la Concepción Inmaculada.

Teodoto de Ancira dice: «Virgen inocente, sin mancha, santa de alma y cuerpo, nacida como lirio entre espinas». Y en otra parte: «María aventaja en pureza a los serafines y querubines». Y Proclo, secretario de San Juan Crisóstomo, en el mismo siglo V, dice de María que está formada «de barro limpio», es decir, de naturaleza humana, pero incontaminada.

En el siglo VI, leemos en un himno compuesto por San Jaime Nisibeno: «Si el Hijo de Dios hubiera encontrado en María una mancha, un defecto cualquiera, sin duda se escogiera una madre exenta de toda inmundicia». Y a la santidad de María la califica de «Justicia jamás rota».

San Teófanes alaba así a María: «Oh, incontaminada de toda mancha». Y en otra parte: «El purísimo Hijo de Dios, como te hallase a Ti sola purísima de toda mancha, o totalmente inmune de pecado, engendrado de tus entrañas, limpia de pecados a los creyentes».

San Andrés de Creta: «No temas, encontraste gracia ante Dios, la gracia que perdió Eva… Encontraste la gracia que ningún otro encontró como Tú jamás».

Y en la carta a Sergio, aprobada por el Concilio Ecuménico VI, Sofronio dice de María: «Santa, inmaculada de alma y cuerpo, libre totalmente de todo contagio».

En adelante, la palabra Inmaculada, Purísima, ya no se refiere directamente a la sola virginidad de María. A medida que van adelantando los siglos se va perfilando con mayor precisión la idea de la Concepción Inmaculada.

Y así en el siglo VIII podemos leer estas palabras tan claras de San Juan Damasceno: «En este paraíso (María) no tuvo entrada la serpiente, por cuyas ansias de falsa divinidad hemos sido asemejados a las bestias».

En los siglos IX y X se contornea aún con mayor claridad la Concepción sin mancha de María. San José el Himnógrafo: «Inmune de toda mancha y caída, la única Inmaculada, sin mancha, sola sin mancha», dice de la Virgen.

Queda claro que en oriente, ya tiene éste significado preciso y concreto: la exención de María del pecado original. Además, desde el siglo VII la Iglesia oriental celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción, aunque no fuera universalmente. Sobre el significado de la fiesta dice San Juan de Eubea: «Si se celebra la dedicación de un nuevo templo, ¿cómo no se celebrará con mayor razón esta fiesta tratándose de la edificación del templo de Dios, no con fundamentos de piedra, ni por mano de hombre? Se celebra la concepción en el seno de Ana, pero el mismo Hijo de Dios la edificó con el beneplácito de Dios Padre, y con la cooperación del santísimo y vivificante Espíritu». Como se observará, en estas palabras se menciona la creación de María y, asimismo, su santificación, como insinúa la alusión al Espíritu Santo a quien se apropia.

  •   En la Iglesia occidental

En la Iglesia occidental, el proceso hasta llegar a la confesión clara y paladina de la Concepción Inmaculada de María resultó más lento debido a circunstancias especiales que lo entorpecieron. Pero el concepto que los Santos Padres manifiestan tener de la grandeza espiritual y moral de la excelsa Madre de Dios no desmerece ni cede en nada al de los orientales. La admisión de una mancha en María hubiera producido en Occidente, al igual que en el Oriente, un escándalo entre los fieles, y hubiera chocado con la idea que se profesaba sobre la santidad eximia de la Bienaventurada Virgen. Y en efecto, de ello echó mano el hereje Pelagio para atacar a su contrincante San Agustín, en la discusión sobre el pecado original que aquél negaba. Juliano, discípulo del hereje, escribía dirigiéndose al Obispo de Hipona: «Tú entregas a María al diablo por razón del nacimiento», es decir, si afirmas que el pecado original se trasmite por generación natural, María fue súbdita del diablo, porque de esta manera descendió y de este modo fue concebida por sus padres.

A esto contestó el Santo Doctor: «La condición del nacimiento se destruye por la gracia del renacimiento». Se discute si, con estas palabras, el santo Obispo admitió la Inmaculada Concepción. Pero es lo cierto que nuestro Doctor enseña que los pecados actuales tienen su origen en el pecado original. «Nadie, dice, está sin pecado actual, porque nadie fue libre del original». Ahora bien, opina que María no tuvo pecado actual alguno. «Excepto la Virgen María, de la cual no quiero, por el honor debido al Señor, suscitar cuestión alguna cuando se trata de pecado… Si pudiéramos congregar todos los santos y santas… cuando aquí vivían, ¿no es verdad que unánimemente hubieran exclamado: Si dijésemos que no tenemos pecado, ¿nos engañamos y no hay verdad en nosotros?». Así, según el principio que sienta el mismo Santo Doctor, hemos de concluir que María careció del pecado original.

En esta misma época, hacia el 400, encontramos el máximo poeta cristiano Prudencio que, interpretando la fe de la Iglesia en la pureza sin mancha de María, canta en escogidos versos: «La víbora infernal yace, aplastada la cabeza, bajo los pies de la mujer. Por aquella virgen, que fue digna de engendrar a Dios, es disuelto el veneno, y retorciéndose bajo sus plantas, vomita impotente su tóxico sobre la verde yerba».

En el siglo V, San Máximo escribe estas palabras: «María, digna morada de Cristo, no por la belleza del cuerpo, sino por la gracia original».

Al revés de lo que sucede en Oriente, en Occidente, a medida que van avanzando los siglos, se habla con mayor cautela sobre este asunto. No que se nuble por completo la creencia en la Concepción Inmaculada de María, pues sabemos que pronto comenzó a celebrarse su fiesta, sino que los autores eclesiásticos, por la autoridad de San Agustín, cuya opinión sobre este misterio es dudosa, y ante la necesidad de defender el dogma cierto de la universalidad del pecado original y sus consecuencias, se ven constreñidos antes a tratar de este punto que a establecer e ilustrar la excepción que constituye María a la ley universal del pecado.

Buena prueba de que la fe en este glorioso privilegio de María no quedó ofuscada nos la suministra la Liturgia. Se dice que en el siglo VII, y por obra de San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, ya se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada en España. Algunos, empero, dudan de la autenticidad del documento en que se apoyan los que lo defienden. Pero con toda seguridad se celebraba ya en el siglo IX, como aparece por el calendario de mármol de Nápoles, que reza: «Día 9 de diciembre, la Concepción de la Santa Virgen María». La fecha de la celebración (la misma en que la celebran los orientales) indica que la fiesta transmigró de Oriente, con el que mantenía intensa relación comercial Nápoles. No es ésta la única constancia que queda de la celebración litúrgica. Por los calendarios de los siglos IX, X y XI sabemos que se celebraba también en Irlanda e Inglaterra.

Pero, a pesar de la celebración litúrgica, el significado de la solemnidad no estaba teológicamente fijado. Y no deja de llamar la atención que fuese, San Bernardo,  el Santo quizás más devoto de María, quien frenase los impulsos del pueblo cristiano, suscitando la discusión teológica más enconada de la historia de los dogmas.

Habiendo llegado a sus oídos que los monjes de Lyón, en 1140, introdujeron la fiesta, el Santo Abad les escribió una carta vehementísima, reprobando lo que él llama una innovación «ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición antigua». La carta es uno de los mejores documentos para probar la gran devoción del Santo a María. Cada vez que la nombra, la pluma le rezuma unción, y con la inimitable galanura de estilo que le caracteriza, convence al lector de que en todo el raciocinio no hay ni brizna de pasión. Impugna el privilegio porque así cree deber hacerlo.

A pesar del enorme prestigio del santo Doctor, su carta no quedó sin réplica. El primero que replicó a la misma, Pedro Comestor, ya hace notar la confusión de San Bernardo en el asunto, y distingue entre la concepción del que concibe, es decir, el acto de los padres, y la concepción del ser concebido. Ni faltó tampoco, como en toda polémica, la frase dura y encendida de parte del contradictor: «Dos veces -escribió Nicolás, monje de San Albano- fue traspasada el alma de María: en la Pasión de su Hijo y en la contradicción de su Concepción».

Llegado al Concilio de Trento, al hablar de la universalidad del pecado original, aunque no define el dogma de la excepción de María, significó su opinión con estas palabras: «Declara, sin embargo, este santo Concilio que, al hablar del pecado original, no intenta comprender a la bienaventurada e inmaculada Virgen María, sino que hay que observar sobre esto lo establecido por Sixto IV». Este Papa, ya en 1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.

Apenas se hallará una Orden religiosa que no pueda presentar nombres ilustres de grandes teólogos que favorecieron la prerrogativa de la Virgen, contribuyendo a su triunfo. La Compañía de Jesús puede presentar a Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Toledo, Suárez, San Pedro Canisio, San Roberto Belarmino y otros muchos más. La gloriosa Orden Dominicana, el celebérrimo Ambrosio Catarino, Tomás Campanella, Juan de Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán y San Pío V, papa, etc. La Orden Carmelitana, ya en 1306, determinó celebrar la fiesta en el Capítulo General reunido en Francia, y los agustinos defendieron también la prerrogativa de la Virgen ya en 1350.

Bula Ineffabilis Deus

Con la bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, proclamó como dogma de fe, la Inmaculada Concepción de María que por una gracia especial de Dios, fue preservada de todo pecado desde su concepción.

“…declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles…”

 

La definición dogmática de la Inmaculada

La contribución de España al triunfo del Dogma de la Inmaculada Concepción merecería capítulo aparte, bien nutrido y glorioso, Habría que recordar como significativas, las legaciones que reyes españoles hacen a los Sumos Pontífices pidiendo la definición del dogma. Por eso Pío IX quiso que el monumento a la Inmaculada, después de su definitivo oráculo, se levantara en la romana Plaza de España.

El Papa Pío IX, es quien decidió dar el último paso para la suprema exaltación de la Virgen, definiendo el dogma de su Concepción Inmaculada. Dícese que en las tristísimas circunstancias por las que atravesaba la Iglesia, en un día de gran abatimiento, el Pontífice decía al Cardenal Lambruschini: «No le encuentro solución humana a esta situación». Y el Cardenal le respondió: «Pues busquemos una solución divina. Defina S. S. el dogma de la Inmaculada Concepción».

Para dar este paso, el Pontífice quiso conocer la opinión y parecer de todos los Obispos, pero al mismo tiempo le parecía imposible reunir un Concilio para la consulta. La Providencia le salió al paso con la solución. Una solución sencilla, pero eficaz y definitiva. San Leonardo de Porto Maurizio había escrito una carta al Papa Benedicto XIV, insinuándole que podía conocerse la opinión del episcopado consultándolo por correspondencia epistolar… La carta de San Leonardo fue descubierta en las circunstancias en que Pío IX trataba de solucionar el problema que hizo exclamar al Papa: «Solucionado». Al poco tiempo conoció el parecer de toda la jerarquía. Por cierto que un obispo de Hispanoamérica pudo responderle: «Los americanos, con la fe católica, hemos recibido la creencia en la preservación de María». Hermosa alabanza a la acción y celo de nuestra Patria.

Y el día 8 de diciembre de 1854, rodeado de la solemne corona de 92 Obispos, 54 Arzobispos, 43 Cardenales y de una multitud ingentísima de pueblo, definía como dogma de fe el gran privilegio de la Virgen: «La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles».

Estas palabras, al parecer tan sencillas y simples, están seleccionadas una a una, y tienen resonancia de siglos. Son eco, autorizado y definitivo, de la voz solista que cantaba el común sentir de la Iglesia entre el fragor de las disputas de los teólogos de la Edad Media.

 

María, Virgen Santísima, Madre Inmaculada desde su Concepción, Madre de Dios hecho hombre y Madre de toda la humanidad.

A ella dirijamos nuestra mirada en este tiempo de Adviento. A María, que preparó a conciencia el primer y verdadero adviento. Nadie como Ella supo interpretar los signos de los tiempos, sintiendo que el Señor estaba cerca, Ella oró como nadie con el Salmo 24: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza”

Cuando le fue propuesta la maternidad, nada menos que del mismísimo Hijo de Dios, no quiso decir que no. Su vida fue un “sí “rotundo a los planes de Dios. Ella con su sí, propició que el Dios lejano se hiciera nuestro, y a partir de la encarnación de su Hijo, Dios tuviera otro título que antes no tenía: “Emmanuel”, el Dios con nosotros, el Salvador, el que puso su tienda entre nosotros. Quién mejor que Ella para abrir y disponer nuestros corazones para que esta Navidad no tenga las características de ser sólo una fiesta más, o mejor la fiesta de las fiestas, donde hay de todo, pero donde se siempre sentimos un vacío, no tanto por las cosas de las que no se pude disponer para la fiesta y el festejo, sino precisamente por no haber dispuesto el corazón, para hacer el Adviento, la llegada, la recepción y la acogida para el recién nacido.

Navidad es o debe ser, un festejo anticipado de la Pascua del Señor. Sin su encarnación, no hubiera sido posible ni la entrega, ni la redención, ni la cruz; pero tampoco la Resurrección y la vuelta de los hijos de Dios a la casa, al Reino, a los brazos amorosos del buen Padre Dios.

La Navidad nos hermanará en torno al Divino Niño, nos hará compadecernos y enternecernos a la vista de quien se convierte en la presencia más cercana del Dios de los Cielos, y de la tierra. Y María, su Madre, nuestra Madre es un signo anticipado de Limpieza, de belleza, de santidad, de perfección, de plenitud, de vida nueva, de victoria pascual. Es un anticipo del ideal humano, del proyecto que Dios había soñado para el hombre. Un modelo, por lo tanto, para cada persona humana, para cada creyente, para la Iglesia, para la humanidad. Lo que tanto soñamos y deseamos es posible, en María se ha realizado ya.

María en la alegre aurora, cuando aparecen las primeras luces del día, cuando está amaneciendo y admiramos los tonos de color que vencen la oscuridad de la noche y nos alegramos. María es la luz de la mañana, que además de ofrecernos claridad y un nuevo día, nos llena de alegría. Así es María, Virgen Inmaculada, suave luz que anuncia victoria sobre el pecado y la muerte, señal segura de que se acerca el día, buena noticia para todos los hijos de la noche, causa de nuestra nuestro contento. Alegría verdadera, porque nos garantiza salvación y victoria. Después de tantos fracasos, después de tantas derrotas, por fin podemos levantar cabeza. El poder de las tinieblas ha sido superado. En la Madre aparece un punto de luz primero, como una flor, pero la luz va creciendo hasta el encanto. Es un regalo, no sólo para los ojos, sino para toda el alma.

Virgen Santísima, que agradaste al Señor y fuiste su Madre; inmaculada en el cuerpo, en el alma, en la fe y en el amor! Por piedad, vuelve benigna los ojos a los fieles que imploran tu poderoso patrocinio.
La maligna serpiente, contra quien fue lanzada la primera maldición, sigue combatiendo con furor y tentando a los miserables hijos de Eva.
¡Ea, bendita Madre, nuestra Reina y Abogada, que desde el primer instante de tu concepción quebrantaste la cabeza del enemigo!
Acoge las súplicas de los que, unidos a ti en un solo corazón, te pedimos las presentes ante el trono del Altísimo para que no caigamos nunca en las emboscadas que se nos preparan; para que todos lleguemos al puerto de salvación, y, entre tantos peligros, la Iglesia y la sociedad canten de nuevo el himno del rescate, de la victoria y de la paz.
Amén.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *