Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.
Lectura del santo Evangelio según San Mateo
La generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, que era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
Palabra del Señor.
María, la portadora de la Salvación del mundo
¡DÁNOS TU CONFIANZA, MARIA!
Para que Dios nazca en nosotros sin pedir nada a cambio y, sea nuestro corazón, una cálida cuna donde Jesús encuentre cobijo y consuelo.
Dános María tu fuerza, tu confianza y tu fe, pues en este tiempo que nos toca vivir, es un tiempo de reflexión acerca de nuestra vida en relación con la fe cristiana, pero también es un tiempo que el Señor nos da para encausar nuestras vidas hacia el bien, dejando todo aquello que contamina nuestro ser, nuestra razón y nuestro espíritu. Cada año, el tiempo de adviento y la Navidad, es una nueva oportunidad de realizar un cambio en nuestras vidas, en nuestra sociedad.
En este siglo que es nuestro tiempo real, estamos llamados como cristianos creyentes que somos, a preparar el camino de retorno del Señor. Somos sus mensajeros; somos esa voz del siglo XXI que clama en el desierto. Para esta gran tarea no estamos solos, el Señor derramó su Espíritu sobre su Iglesia y le dio poder para hacer grandes maravillas en su nombre. Nosotros somos esa nueva comunidad de fe que camina por el desierto de este siglo.
Pero Dios está siempre queriendo hablar con nosotros en todo momento y no prestamos atención o simplemente no le escuchamos por el «excesivo ruido» que tenemos en nuestro entorno.
Pero para poder oír a Dios, como lo hizo María, necesitamos silencio, mucho silencio para poder escucharlo y que mejor que el tiempo de adviento para prepararnos a recibirlo con el corazón abierto y los oídos predispuestos en el silencio para escucharle…
La parábola del silencio
«¿Qué aprendes en tu vida de silencio?», preguntó el caminante a un monje.
El monje, que en aquel momento estaba sacando agua de un pozo, le respondió: «Mira al fondo del pozo. ¿Qué ves?».
El caminante obedeció la propuesta del solitario, y se asomó curioso al brocal del pozo. Después de observar bien respondió: «Sólo veo un poco de agua revuelta».
«Detente un instante en tu camino, hermano, -le dijo el monje- contempla silencioso y sereno el cielo y las montañas que rodean nuestro monasterio, y espera… «.
Tanto el monje como el caminante se entretuvieron contemplando en silencio durante un tiempo, que no se hizo largo, la belleza deslumbrante del entorno. El sol levante destacaba el perfil de las montañas en el fondo azul intenso del cielo. «Hermano… vuelve ahora a mirar el pozo y dime: ¿Qué ves?». «Ahora veo mi rostro reflejado en el espejo que me ofrece la serenidad del agua», contestó el caminante. «Esto es, hermano, lo que yo aprendo en mi vida de silencio.
Comencé reconociendo mi rostro reflejado en las aguas remansadas del pozo cada vez que me acercaba para llenar mi cántaro de agua. Después, poco a poco, fui descubriendo lo que hay más abajo de la superficie, hasta llegaba a entrever las pequeñas hierbas que crecen junto a las paredes excavadas al construir el pozo. Y en los días en los que la orientación de la luz del sol me lo permitía, y el agua estaba especialmente cristalina, llegué a ver las piedras del fondo y hasta los restos de un cántaro roto y olvidado que había caído hace años y quedó allí.
Me preguntabas qué aprendía en el silencio. Esta es mi respuesta: quiero descubrir la profundidad de mi alma, el rincón más hondo de mi corazón, y de mi propia vida. Vine al monasterio buscando a Dios, porque sabía que Él me envolvía con su presencia. Y cada vez voy comprobando con más claridad que Dios también está en lo más profundo del pozo, como alma que da sentido y color, luz y vida a todo aquel que se asoma al interior del propio pozo con el deseo de buscarlo».
¡DÁNOS TU CONFIANZA, MARIA!
Para que Dios esté pronto con nosotros, para que nosotros, pronto estemos con El, para que creamos, aun sin ver y para que aún sin ver, creamos por encima de todo
¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Contigo, renace de nuevo la esperanza por tu alegría interior y, porque tus pies, lejos de plegarse en sí mismos se pusieron en marcha más allá de las montañas¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Si Dios te hizo grandes favores, no fue menos cierto que Tú le brindaste tu obediencia, para cumplir su voluntad tu sencillez, para no complicar sus planes tu silencio, para que hablase su inmenso poder tu bondad, para que se fijara sólo en Ti.¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Porque, si la Navidad asoma en el horizonte es porque, primero, tu “SI” sonó en Nazaret. Si, los ángeles proclamarán la Gloria de Dios, es porque, Tú antes que ellos, publicaste que Él había hecho obras grandes en Ti, que su nombre era santo.¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Siempre estuviste más dispuesta a dar, que a recibir. Al silencio, antes que, a la palabra. A la pobreza, huyendo de toda apariencia. A la docilidad, sin amistad con la dureza.¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Porque, tu nombre, tiene sabor a Navidad. Tus caminos, son senderos hacia Belén. Tu alegría, es preludio de lo que nos espera. Tus brazos, cuna que mecerán al Niño Dios.¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Porque sigues aportando ilusión a nuestro mundo Luz al sendero de nuestra fe. Porque sigues siendo el gran portal donde Dios nació¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Por salir a nuestro encuentro y llevarnos ante el rostro de Aquel que nace en Belén.¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Por hacernos participes de tu gozo y recordarnos que, el servicio, es exigencia de la fe.Porque, ante los días de Navidad, nos invitas y nos enseñas a estar vigilantes y dispuestos a acoger a Aquel que viene, pequeño y humilde.
Amén