«Alégrate, Jerusalén, y que se congreguen cuantos la aman».
«Laetare, Ierusalem: et conventum facite, omnes qui diligitis eam. Guadete cum laetitia, qui in tristitia fuistis; ut exsultetis et satiemini ab uberibus consolationis vestrae».«Alégrate, Jerusalén: y que se congreguen cuantos la aman. Compartan su alegría los que estaban tristes. Vengan a saciarse con su felicidad».(Traducción al castellano no literal.)
Lectura del santo Evangelio según San Lucas
En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.”
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo,se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.”
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.»
El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.”
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”».
Palabra del Señor.
La Cuaresma es tiempo penitencial, de oración, ayuno y limosna, donde el color litúrgico es el púrpura o morado. Este tiempo litúrgico de penitencia y ascesis preparatorio de la Pascua de Resurrección, también tiene su momento de alegría. Corresponde con el cuarto domingo, llamado de Laetare porque esa es la palabra en latín con la que da comienzo la antífona del introito de la misa: «Laetare, Ierusalem», imperativo que podríamos traducir como «Regocíjate, Jerusalén».
La Iglesia se permite este domingo una breve alegría en el carácter sobrio que marca todas las celebraciones durante la Cuaresma. La mayor expresión de este regocijo es el color rosado con que se reviste (siempre que haya en el armario de la sacristía) el celebrante del precepto dominical, aliviando de este modo la gravedad que impone el morado penitencial del ciclo cuaresmal.
Este color rosa del domingo de Laetare proviene de una antigua tradición de la Iglesia bizantina en la que se adornaba el leño de la cruz con rosas como símbolo del florecimiento Pascual ya inminente. La costumbre la importó en el año 1049, el Papa León IX y la adaptó, primero como una esencia de rosas con la que se perfumaba el madero y luego como una rosa de oro con que se distinguía a príncipes católicos o reinas cristianas. Hasta que Pablo VI recogió la tradición y comenzó a otorgarla a santuarios marianos de acreditada devoción universal.
Pero no sólo la vista se alegra en el domingo de Laetare, sino que también lo hace el oído, puesto que se permite un empleo del órgano más libre que el resto de la Cuaresma. Incluso se propone como canto de entrada el salmo 121, entroncado directamente con la antífona del introito. El cántico gradual recomendado es ampliamente conocido: «Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor».
A pesar de esta sonrisa permitida, la Iglesia recomienda un acto penitencial durante las semanas previas al domingo de Laetare.
¿Pero, usted sabe el por qué?
El IV Domingo de Cuaresma recibe este nombre porque así comienza, tal y como hemos visto, la Antífona de Entrada de la Eucaristía: “Laetare, Ierusalem, etc.…
Los dos tiempos litúrgicos de preparación a la venida del Señor, el adviento con cuarenta días de espera a su Nacimiento, y la cuaresma con los mismos días de preparación para su Muerte y Gloriosa Resurrección son tiempos de penitencia en los que el color morado es el propio de la liturgia.
Sin embargo, esta excepción en el que el color rosa hace acto de presencia brevemente durante ambos periodos litúrgicos. Rosa que simboliza alegría, aunque una alegría pasajera y efímera.
Como ya hemos dicho, se utiliza los domingos de Gaudete (es el imperativo del verbo latino “gaudeo” que significa gozar íntimamente, complacerse en algo. Por tanto “gaudete” significa regocijaos. Regocijo en Adviento porque pronto nacerá el Salvador) en el tercer domingo de Adviento y Laetare (que es el imperativo del verbo latino “laetor” que significa alegrarse, regocijarse. Alegraros y regocijaros porque el Señor padecerá, pero también resucitará) en el cuarto de Cuaresma. En medio de un tiempo de oración, limosna y ayuno, el rosa recuerda brevemente la alegría de en la proximidad de la Navidad o de la Pascua.
Gaudete y laetare, palabras latinas cuyo significado es similar, regocíjate y alégrate. La antífona de entrada de la Misa de este próximo domingo comienza con esas palabras que da nombre al día; “Laetare, Ierúsalem” (Is 66), “Alégrate, Jerusalén”, de la misma forma que el del domingo de Adviento comienza con “Gaudéte in Dómino semper” “Estad siempre alegres en el Señor”.
Los ornamentos de color rosado, que es un morado aclarado o alegre, surgieron en la Baja Edad Media en el sur de Italia. Se asignan a los domingos III de Adviento, y IV de Cuaresma, por ser los penúltimos de cada tiempo señalado: es un respiro en el camino de la austeridad al divisar en el horizonte la gloria que se va a alcanzar.
El color rosa pasó al Caeremoniale Episcoporum y de ahí se extendió su uso, aunque nunca ha sido preceptivo, sino “ad libitum”, es decir, a consideración o discreción del celebrante o presidente de la celebración litúrgica.
Como vemos, la liturgia de este Domingo se ve marcada por la alegría, ya que se acerca el tiempo de vivir nuevamente los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, durante la Semana Santa. Al igual que el tercer Domingo de Adviento (“Gaudete”), se rompe el esquema litúrgico de la Cuaresma, con algunas particularidades:
- – Predomina el carácter alegre (litúrgicamente hablando)
- – Se usa color rosáceo en los ornamentos (siempre que esto sea posible).
- – Los ornamentos pueden ser más bellamente adornados.
- – Los diáconos pueden utilizar dalmática.
- – Se puede utilizar el Órgano.
- – Se puede adornar con flores el altar.
En general, son normas plenamente aplicables a ambas formas del rito romano, salvo del hecho de que algunas son obligatorias en la forma extraordinaria.
Entrando más en el sentido litúrgico de este domingo, vemos que todo gesto y signo involucra algo verdaderamente en consonancia y dirección a los Sagrados Misterios que se vivirán pronto, donde el Señor sufre su pasión, muere por nuestros pecados, y resucita para darnos la Salvación.
Y es que el Domingo Laetare nos invita a mirar más allá de la triste realidad del pecado, mirando a Dios, quien es fuente de infinita Misericordia. Es una nueva invitación a convertirnos de corazón hacia Dios, para Amarlo y cumplir sus preceptos, que nos hacen libres.
Así mismo, no se debe olvidar que permanecemos en Cuaresma, por lo cual el Domingo Laetare no es un alto de la penitencia, sino que es para recordarnos que siempre, detrás de toda penitencia está el deber de aborrecer el pecado, el propósito de no pecar más y de confesar los pecados, para así vivir en Gracia, que nos es otorgada por Dios en su infinita misericordia.
No bajemos el listón de nuestro sincero esfuerzo por convertirnos, por hacer una buena confesión general de toda nuestra vida en este tiempo. Experimentemos el abrazo y la paz en nuestro corazón que el Señor quiere darnos y quiere también de nosotros, (salmo 136) “Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”.
“Domingo de las Rosas”.
Éste IV domingo de Cuaresma, también fue llamado “Domingo de las Rosas” pues, en la antigüedad los cristianos acostumbraban a obsequiarse rosas. Y de esta costumbre surge la “Rosa de Oro”.
La singular institución de la Rosa de Oro, data como ya hemos indicado, del año 1049 y por el Papa León IX , ocasión en que el Santo Padre, en el IV Domingo de la Cuaresma, iba del Palacio de Letrán a la Basílica Estacional de Santa Cruz de Jerusalén, llevando en la mano izquierda una rosa de oro que significaba la alegría por la proximidad de la Pascua. Con la mano derecha, el Papa bendecía a la multitud. Regresando procesionalmente a caballo, el Papa veía su montura conducida por el prefecto de Roma. Al llegar, obsequiaba al prefecto la rosa, en reconocimiento por sus actos de respeto y homenaje.
De ahí, entonces, tuvo inicio la costumbre de ofrecer la “Rosa de Oro”, para personalidades y autoridades que mantenían una buena relación con la Santa Sede, como príncipes, emperadores, reyes…
En los tiempos modernos, los Papas acostumbran a remitir éste símbolo de afecto personal a santuarios destacados. Por ejemplo, el Santuario de Nuestra Señora de Fátima en Portugal, recibió una Rosa de Oro de Pablo VI en 1965, y la Basílica de Nuestra Señora Aparecida en Brasil, recibió una también de Pablo VI en 1967, y otra más de Benedicto XVI en 2007. El Papa Francisco hizo lo propio con la Virgen de Guadalupe mexicana en 2013.
La Liturgia del Domingo Laetare
Oración colecta.
¡Oh! Dios, que, por tu Verbo,
realizas de modo admirable
la reconciliación del género humano,
haz que el pueblo cristiano
se apresure, con fe gozosa y entrega diligente,
a celebrar las próximas fiestas pascuales.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Oración sobre las ofrendas.
Señor, al ofrecerte alegres
los dones de la eterna salvación,
te rogamos nos ayudes
a celebrarlos con fe verdadera
y a saber ofrecértelos de modo adecuado
por la salvación del mundo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Antífona de Comunión.
Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor.
A celebrar tu nombre, Señor.
Oración para después de la Comunión.
Señor Dios, luz que alumbras a todo hombre
que viene a este mundo,
ilumina nuestro espíritu con la claridad de tu gracia,
para que nuestros pensamientos sean dignos de ti
y aprendamos a amarte de todo corazón.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.