Todo el mes de junio, está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, y este viernes en concreto, después de la Octava de Corpus Christi, es decir ocho días después del jueves de Corpus Christi, la Iglesia dedica este día a esta Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Por esta coincidencia, la Iglesia decidió adelantar dicha celebración de la fiesta de la Natividad de San Juan de este año 2022, para ayer jueves día 23 de junio.
Pero la Iglesia Católica sigue celebrando esta festividad litúrgica el día 24 de junio, conmemorando la natividad del profeta y primo del Señor, San Juan Bautista.
La fiesta del nacimiento de Juan el Bautista coincide más o menos con el solsticio de verano. Muchas tradiciones y ritos anteriores al cristianismo se dan en este día para celebrar el gozo de la luz, la fuerza y exuberancia de la vida. La fe cristiana ha sustituido esas celebraciones paganas con el recuerdo de aquel que anunciaba la Luz verdadera y ofrecería su vida en absoluta fidelidad al que es la Fuente de la Vida. “La Iglesia, dice san Agustín, celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado, y es él, el único de los santos, del que se festeja su nacimiento.
ANUNCIACION A ZACARIAS
Juan nace de un matrimonio anciano que no han podido tener hijos. Esa es su familia. La esposa, descendiente de Aarón, se llama Isabel y se dedica a las labores de casa. Isabel es estéril. Así que Isabel vive la alegría de una maternidad inesperada.
Su marido es Zacarías, un sacerdote del turno de Abías. El Evangelio hace de ellos uno de los elogios más breves y significativos: “Ambos eran irreprochables ante Dios y seguían escrupulosamente todos los mandamientos y preceptos del Señor”. Al evangelista San Lucas parece interesarle subrayar que la novedad de los tiempos del Mesías viene preparada por una familia sacerdotal e irreprochable ante la ley de Moisés.
El nacimiento del niño está rodeado de un halo de misterio. Su padre está un día en el templo ejerciendo su servicio sacerdotal. Entra en el santuario a ofrecer el incienso y se encuentra con el ángel del Señor. Entra a cumplir el rito y se encuentra con el mismísimo Dios de las promesas. El temor y el gozo se suceden en el breve diálogo inicial.
El ángel del Señor anuncia el nacimiento de un hijo: “Te llenarás de gozo y alegría y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande ante el Señor. No beberá vino ni licor, quedará lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre y convertirá a muchos hijos de Israel al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos, para inculcar a los rebeldes la sabiduría de los justos y a preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lc. 1,14-17).
Juan es anunciado con los rasgos de un “nazir”: uno de aquellos consagrados al Señor que vivían una vida de austeridad. A esa figura se une la evocación de Elías, el gran profeta de la unicidad y la majestad de Dios. Pero Juan había de ser algo más. A él estaba reservada la misión de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
El sorprendido sacerdote no puede creer lo que oye. Su edad y la de su esposa son un inconveniente aparentemente insuperable. El ángel le anuncia una mudez (se quedará mudo hasta la circuncisión del niño) que es al mismo tiempo un signo de la veracidad de sus palabras, un castigo transitorio por la increencia de Zacarías y sobre todo, una señal de que la promesa se habrá de cumplir a su tiempo.
Y la promesa se cumple. Pocos días después, los esposos se dan cuenta de que Isabel espera un hijo. Esa nueva vida es también la señal para su pariente, María de Nazaret que recibe seis meses después el mensaje de su propia maternidad. María se pone en camino para visitar a su pariente Isabel. Al encuentro de aquellas dos madres, el hijo de Isabel salta de gozo en el seno de su madre. El evangelista ha querido preanunciar la que ha de ser su misión.
“Y a ti niño te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos”
De su infancia no se nos ofrece más que una pincelada que a su vez, resume los años de su crecimiento y nos asoma a la misión que habría de asumir: “El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel”. (Lucas. 1,80)
Juan era tan solo una voz. Pero una voz que inquietaba y despertaba a los espíritus dormidos. Una voz profética que anunciaba y denunciaba. Un profeta como Juan no podía morir en una tranquila ancianidad. Pronto habría de ser encarcelado por orden de Herodes. Pero ese episodio martirial lo celebramos en otro día de fiesta, que la Iglesia ha señalado para el 29 de agosto.
“Escuchadme islas, atended, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó en las entrañas maternas y pronunció mi nombre…me dijo: “Tú eres mi esclavo (Israel) de quien estoy orgulloso”…Y ahora habla el Señor que desde el vientre me formó siervo suyo para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel (tanto me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza): Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.
SALMO 138: TE DOY GRACIAS PORQUE ME HAS ESCOGIDO PORTENTOSAMENTE
HECHOS DE LOS APÓSTOLES 13, 22-26
“En aquellos días, Pablo dijo: Dios suscitó a David por rey, de quien hizo esa alabanza: “Encontré a David hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos”. De su descendencia, según lo prometido, sacó Dios un Salvador para Israel: Jesús.
Juan, antes de que él llegara, predicó a todo el pueblo de Israel un bautismo de conversión; y cuando estaba para acaba su vida, decía:- Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias. Hermanos, descendientes de Abrahán y todos lo que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación”.
SAN LUCAS 1,57-66.80
“A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ochos días fueron a circuncidar al niño y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo:-¡No! Se va a llamar Juan”. Le replicaron:- Ninguno de tus parientes se llama así.
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. El pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Y todos se quedaron maravillados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaba diciendo: “Pues ¿qué será este niño? Porque la mano del Señor estaba con él. El niño crecía y se fortalecía en el espíritu y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel”.
El Evangelio subraya que su nacimiento llena de alegría a sus padres y del temor de Dios a sus vecinos. Son las dos reacciones típicas ante la presencia del misterio: el temblor y la fascinación.
Con motivo de la ceremonia de la circuncisión solía imponerse el nombre al recién nacido. Surge una breve disputa sobre el nombre. Zacarías escribe en una tablilla: “Juan es su nombre”. Y en ese momento se desata su lengua dormida. La lengua de Zacarías se desata para proclamar las maravillas de Dios. Para ello proclama una “berekhá”, una de aquellas bendiciones a Dios que caracterizaban la oración de Israel. Y lleno del Espíritu Santo profetiza:
San Lucas 1,68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando su misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de los pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Juan irá delante del Señor. El Evangelista Lucas ya desde este momento inicial, quiere dejar bien claras las diferencias. Juan no es el Mesías: es su precursor y mensajero. Nada más y nada menos. Así lo proclama su padre el día de la circuncisión.
De su infancia no se nos ofrece más que una pincelada que a su vez, resume los años de su crecimiento y nos asoma a la misión que habría de asumir: “El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel”. (Lc. 1,80)