Jueves Santo: Día del Amor Fraterno

Hoy, la Iglesia celebra el Jueves Santo. En este día, durante la Última Cena, Jesús instituyó dos sacramentos: La Eucaristía y el Orden Sacerdotal.

 

Lectura del santo Evangelio según San Juan

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando, ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo:

«Señor, ¿lavarme los pies tú a mi?».

Jesús le replicó:

«Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».

Pedro le dice:

«No me lavaras los pies jamás».

Jesús le contestó:

«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».

Simón Pedro le dice:

«Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza».

Jesús le dice:

«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».

Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:

«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Palabra del Señor.

Con la celebración del jueves Santo no solo se abre el Triduo Pascual que culminará en la vigilia que se conmemora, en la noche del Sábado Santo al Domingo de Pascua la Resurrección de Jesucristo… En este día nuestra Iglesia Católica conmemora la institución de la Eucaristía en la Última Cena, pero a la vez con las Palabras mismas de Jesucristo Hagan esto en conmemoración mía, festejamos a todos los valientes que dijeron sí, un sí de corazón como el de María a vivir una vida consagrada a Jesús y con el gesto del lavatorio de pies también festejamos a todos aquellos que dedican su vida a servir de manera humilde y extraordinaria a los demás cumpliendo el último mandamiento de Cristo.

Cristo, su Iglesia y en su nombre el sacerdote que preside la ceremonia, realiza el lavatorio de pies a doce personas quienes representan a los apóstoles. Con esta acción, Jesús nos transmite el mensaje de la caridad. Cuando dice: «os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis»”.

Con todo ello, Jesús nos deja y transmite un mandamiento nuevo: “Amaos los unos a los otros así como yo los he amado”.

Jesús pues, dentro de su legado y testamento nos deja: La Eucaristía, el Sacerdocio y el Amor Fraterno.

Este día pues, en la eucaristía mediante la celebración de los Santos Oficios, se recuerda la agonía y oración de Jesús en Getsemaní, en el huerto de los olivos, la traición de Judas y el arresto de Jesús.

La Santa Cena es un completo testimonio, pues por medio de ella, Jesús nos testificó partir Su cuerpo y derramar Su sangre por mí; y de esta manera proclamó su propia muerte. Cuando el celebrante parte el pan hace memoria de como Su cuerpo fue partido por mí, por muchos, por todos nosotros. Cuando el celebrante bebe de la copa hace memoria al derramamiento de Su sangre por mí causa, por la causa de muchos, por la causa de todos nosotros, para el perdón de los pecados.

Existe también la tradición de levantar el monumento de Jueves Santo, que es la capilla o altar donde se reserva la hostia consagrada desde el Jueves Santo al Viernes Santo. Ante él, se suele dar gracias al Señor por su pasión, con la cual redimió a la humanidad. Asociado a esta tradición está la visita a los Monumentos de las Iglesias o templos, que se realizan en la tarde de Jueves Santo y en la mañana de Viernes Santo. Su finalidad, agradecimiento y honor a Nuestro Señor Jesucristo.

 

Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. (1 Jn 4, 20) El apóstol y discípulo Juan, nos invita a practicar el amor fraternal como medio para llegar y conocer a Dios, como práctica para el amor divino.

Una manifestación del amor es el deseo del bien y por clara extensión, el amor a los hermanos.

El amor fraterno nos enseña a compartir nuestros bienes y a llevar una convivencia sana y constructiva. El amor fraterno nos prepara a vivir en sociedad y se extiende a los que no son hermanos de sangre, ni de raza, ni de religión, pero se aman como si lo fueran.

En la vida humana hay algunas circunstancias y situaciones que no son objeto de elección. No podemos elegir a nuestros padres ni el elegir o situación para nacer. Tampoco podemos elegir a nuestros hermanos. Y esto algunas veces, en diversas etapas de la vida, trae problemas. De pequeños hay peleas con los hermanos para llamar la atención de los padres. Ya de mayores, también hay peleas por una relación desgastada.

Las peleas de infancia o de madurez pueden sanarse con el cultivo del amor fraternal. El amor fraternal es del deseo del bien de un prójimo que comparte nuestro origen y que es igual a nosotros. En el amor filial o paterno siempre hay una relación de autoridad o de superioridad. Por tanto, no puede haber un amor entre iguales, sino entre subordinados, pues el hijo se subordina al padre.

En cambio, entre hermanos hay una relación de iguales. Esta igualdad se da tanto por el origen como por la relación.  Los hermanos tienen una capacidad de desearse el bien más sinceramente porque ven en el otro un reflejo de sí mismo. Esto implica que hay un profundo conocimiento del otro y de sus necesidades. El amor fraterno, entonces, se da entre los iguales y desea el bien para los iguales. No olvidemos que el amor fraternal más perfecto es el mutuo, aunque a veces esto no suceda así. No obstante, en esta posible situación, el amor fraterno puede llegar a ser mutuo si uno de los hermanos comienza a amar desinteresadamente primero.

Quien no ama a su hermano no ama a Dios

Una lección universal sobre el amor fraternal la encontramos en la Primera carta de Juan. En ella se discute la posibilidad de amar a Dios sin amar a los hermanos, sean estos carnales o de religión. La respuesta de Juan es contundente: no se puede amar a Dios si no amamos a nuestro hermano. Pues si no amamos al hermano que os queda cercano y conocemos bien, ¡cuánto más Dios, que es inmaterial y perfecto, el cual nos queda lejos como un objeto de amor si no lo conocemos bien!

Por eso dice San Juan: «Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. (1 Jn 4, 20) El apóstol nos invita a practicar el amor fraternal como un medio para conocer a Dios y como una práctica para el amor divino. Esto es una cuestión de posibilidades. No es posible amar lo que no se conoce. Y si conocemos al hermano que es semejante a nosotros, y no lo amamos no es posible que digamos a Dios. Pues Dios no es como el hermano que es cercano, sino que es misterioso y un tanto oculto. A Dios no lo conocemos como al hermano, y como no podemos amar lo que no conocemos no podemos amar a Dios si primero no ejercemos el amor fraternal.

El amor del que se habla aquí no se circunscribe a los hermanos carnales, sino que se expande a toda la comunidad de creyentes, que son hermanos por tener a Dios como Padre y por ser hijos en el Hijo. Incluso parece que el apóstol llama a los cristianos a amar a toda la comunidad humana en el amor fraternal.

Cuando entramos en el pórtico del triduo pascual, dispuestos a celebrar el misterio central de nuestra fe -la muerte y resurrección del Señor-, la liturgia nos muestra dos gestos de Jesús realmente extraordinarios: Lava los pies a los apóstoles y luego nos deja el don de la Eucaristía, de su cuerpo entregado y de su sangre derramada. Dos gestos íntimamente unidos y que tienen una profunda relación por lo que significan en la vida de Jesús y para la nuestra.

Ambos gestos son expresión del amor de Jesús, un amor extraño, que no tiene ni pone límites. Juan dirá que “nos amó hasta el extremo” (Jn 13,1), y dice bien.

Nos amó hasta el extremo de hacerse siempre presente entre nosotros –el amor es presencia- en la pequeñez de un poco de pan y de unas gotas de vino. Hasta el extremo de actualizar en ellos la entrega total de su vida –y el amor es entrega- haciendo del pan el signo de su cuerpo entregado y del vino el signo de su sangre derramada. Hasta el extremo de dejarnos este alimento, este banquete –al amor hay que cuidarlo y alimentarlo- como alimento del amor en nuestra vida.

Nos amó hasta el extremo de lavar los pies, tarea de esclavos, humillándose delante de nosotros y haciendo de su vida un servicio –amar es servir- para que podamos recuperar nuestra libertad y dignidad.

Su amor llegará al extremo, sobre todo, dando su vida en la cruz por todos y cada uno de nosotros.

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