La flagelación, preámbulo legal a la ejecución.

Los peores malhechores sufrían este tormento
al que lo mando Pilatos pensando calmar al pueblo
y también exasperado al interrogar a Cristo
y conocer que aquel hombre era además un Justo.

Atado por las muñecas completamente desnudo,
a Jesús fijan a un poste, poste de mediana altura;
sus espaldas encorvadas presentan un plano fácil
de manera que los golpes, no sea ni uno perdido.

El castigo lo ejecutan hombres muy fuertes y rudos
manejando con destreza el espantoso flagelo,
que era un látigo formado por largas tiras de cuero
que tenían insertados pequeños trozos de hueso
rematando a su final en unos ganchos de hierro.

Zumban flagelos al aire cayendo golpes sin cuento
a Jesús el Nazareno, que se contrae de dolor
bajo todos los zarpazos producidos por los ganchos
que se hundían en sus carnes como uñas afiladas
desgarrando horriblemente aquel cuerpo tan sagrado.

El tormento inconcebible bajo el chasquear de látigos
el Salvador lo sufría en un completo silencio
sin una queja siquiera, con resignación divina,
enfureciendo con ello a los sayones perversos.

Cuando al fin lo desataron con sus carnes desgarradas
una capa le pusieron aquellos seres malvados
del mismo color que el suelo rodeando la columna;
su bendita y santa sangre tapizaba el pavimento.

Flagelación de Nuestro Señor

Poco después de la medianoche, Jesús fue arrestado en Getsemaní por los guardias del templo, y fue llevado primeramente ante Anás y luego ante Caifás, el sumo sacerdote judío ese año. Entre la una de la mañana y el amanecer, Jesús fue juzgado ante Caifás y el Sanedrín político, y fue hallado culpable de blasfemia. Luego los guardias lo vendaron, le escupieron, y le pegaron en el rostro con sus puños. Poco después del amanecer, presumiblemente en el templo, Jesús fue juzgado ante el Sanedrín religioso (fariseos y saduceos), y de nuevo fue hallado culpable de blasfemia, un crimen castigable con la muerte.

Debido a que el permiso para una ejecución tenía que provenir de los gobernantes romanos, Jesús fue llevado temprano en la mañana por los guardias del templo al Pretorio de la Fortaleza Antonia, residencia y asiento de gobierno de Poncio Pilato, el procurador de Judea. Sin embargo, Jesús fue presentado ante Pilato con la primera acusación hecha a Jesús, no como un blasfemo, sino como un rey autoproclamado que rechazaría la autoridad romana «Se ha hecho Hijo de Dios y según nuestra ley debe morir». Pilato no presentó ningún cargo contra Jesús al juzgar que no caía bajo la ley romana. Era cuestión religiosa y la Justicia romana no actuaba en estos casos para dirimirla. Por lo que consideró a Jesús inocente. Pilato dice: No encuentro en él, causa alguna de condenación.

Tras una deliberación, los judíos hacen una segunda acusación que sí entraba dentro de la Lex Julia: Había permitido ser aclamado Hijo de David que según ellos iba a ser su rey. Quería hacerse rey y esto iba contra el Emperador. Pilato ahora si que tiene obligación de atender esta acusación. Le pregunta a Jesús sobre su realeza y, no sacando nada en claro, lo considera de nuevo inocente.

Enterado de la estancia de Herodes en Jerusalén y siendo Jesús súbdito suyo, Pilato se lo envía a ver si le resuelve el problema. Pero Herodes tampoco presentó ninguna acusación oficial y lo devolvió a Pilato.

De nuevo Pilato no pudo encontrar base alguna para un cargo legal contra Jesús, pero la gente demandaba la crucifixión con persistencia. Pilato en el tercer juicio dice a los judíos: Ni Herodes ni yo encontramos en él causa alguna de muerte. Pero Pilato, finalmente cedió a su demanda. Equipara a Jesús con un criminal y ladrón, con Barrabás y hace la propuesta de a quién de los dos querían que les soltase.

La plebe prefiere a Barrabás, a la vez que grita que Jesús sea crucificado. Así entregó a Jesús para ser flagelado y crucificado, pensando incluso que, con solo la flagelación, el pueblo se conformaría. Pilato pensó: Le castigaré y luego le soltare. Después de este episodio, Jesús es flagelado y es presentado al pueblo diciéndole: ECCE HOMO.

Debemos de suponer, que la salud de Jesús era excelente. Sus viajes a pie a través de la Palestina habrían excluido cualquier enfermedad física de importancia o una constitución débil. En este sentido, es razonable suponer que Jesús gozaba de buen estado de salud antes de su caminata a Getsemaní. Sin embargo, durante las 12 horas entre las 9 pm del jueves y las 9 am del viernes, Él sufrió una enorme tensión emocional, como se evidencia por la hematidrosis, abandono de sus más cercanos amigos como fueron sus discípulos y el castigo físico en el primer juicio judío. Además de esto, en el escenario de una noche traumática y desvelada, Jesús fue obligado a caminar más de 4 kilómetros de uno a otro local donde se celebraron los juicios. Estos factores físicos y emocionales podrían haber dejado a Jesús particularmente vulnerable a los efectos adversos y hemodinámicos de la flagelación.

La flagelación en sí no fue un castigo exclusivo para Jesús. Lo mandaba la ley. La flagelación era un preámbulo legal a toda ejecución. y solo las mujeres, los senadores romanos y los soldados (con excepción de casos de deserción) estaban exentos. Había otra excepción: los ciudadanos romanos condenados a decapitación. Estos no eran flagelados, sino fustigados con la fusta. Esto se hacía, según Tito Livio, en el mismo lugar del suplicio, inmediatamente antes de la decapitación.

Los condenados a crucifixión eran flagelados habitualmente durante el trayecto que había entre el lugar donde se dictaba la sentencia y el del suplicio. Muy raro, como en el caso de Jesús, que se llevara a cabo en las dependencias del tribunal. Esto sólo se hacía en los casos en que la flagelación era sustitutiva de la pena capital. El caso de Jesús pues, fue raro. Su flagelación no fue la legal que precedía a toda ejecución y que se daba en el trayecto, camino del suplicio, sino que constituyó un castigo especial.

El instrumento usual era un azote corto (flagrum o flagellum) con varias tiras de cuero sencillas o entrelazadas, de diferente longitud, en las cuales se ataban pequeñas bolas de hierro o trocitos de huesos de ovejas a varios intervalos. Ocasionalmente se utilizaban barrotes. Para la flagelación, el hombre era desnudado, y sus manos eran atadas a un poste. Las espaldas, las nalgas y las piernas eran azotadas, bien sea por dos soldados o por uno que alternaba la posición. La severidad de la flagelación dependía de la disposición de los verdugos y su objetivo era debilitar a la víctima a un estado próximo al colapso o la muerte. Después de la flagelación, los soldados solían burlarse de sus víctimas.

Cuando los soldados azotaban repetidamente y con todas sus fuerzas las espaldas de su víctima, las bolas de hierro causaban profundas contusiones, y las tiras de cuero y huesos desgarraban la piel y el tejido subcutáneo. Al continuar los azotes, las laceraciones cortaban hasta los músculos, produciendo tiras sangrientas de carne desgarrada. El dolor y la pérdida de sangre usualmente creaban las condiciones para un shock circulatorio. La cantidad de sangre perdida podía muy bien determinar cuánto tiempo sobreviviría la víctima en la cruz. 

flagelacion

Una vez dada la orden de castigo, Jesús fue atado con cuerdas gruesas y resistentes. Las manos por encima de la cabeza, quedando así, casi suspendido de la parte alta de la columna o del techo. De esta manera quedaba inutilizado, para que no pudiera defender algunas partes del cuerpo con los brazos y para que, en el caso de shock, no cayera al suelo. Jesús fue severamente azotado en el pretorio. No se sabe si el número de azotes se limitaba a 39, de acuerdo a la ley judía.

A este hombre debilitado que reclamaba ser rey, los soldados comenzaron a escarnecer colocando una túnica sobre sus hombros, una corona de espinas sobre su cabeza, y un palo como cetro en su mano derecha. A seguidas le escupían y le golpeaban en la cabeza. Más aun, cuando le arrebataron la túnica, probablemente reabrieron las heridas.

La flagelación severa, con su intenso dolor y apreciable pérdida de sangre, probablemente dejaron a Jesús en un estado casi de shock. Más aun, la hematidrosis había dejado su piel muy sensible. El abuso físico y mental descargado por los judíos y los romanos, así como la falta de alimentos, agua y descanso, también contribuyeron a su estado general de debilidad. Por tanto, aún antes de la crucifixión, la condición física de Jesús era por lo menos muy seria sino crítica.

El número de latigazos como hemos dicho, según la ley hebrea era de 40, pero ellos por escrúpulos de sobrepasarse, daban siempre 39. Pero Jesús fue flagelado por los romanos y en dependencia militar romana, por tanto more romano, es decir, según la costumbre romana, cuya ley no limitaba el número. Sólo estaban obligados a dejar a Jesús con vida, por dos razones: una, para poder mostrarle al público para que éste se compadeciera y esa era la intención de Pilato, y la otra para que, en caso de condena a muerte, llegara vivo al lugar de suplicio y crucificarlo vivo: era la ley.

Cuando los clásicos latinos nos hablan de esta flagelación more romano, nos dicen que el reo quedaba irreconocible en su aspecto y sangrando por todo el cuerpo. Así quedó Jesús. Por eso a la pregunta: ¿cuántos latigazos dieron a Jesús? la respuesta sería, hasta que le dejaron irreconocible; hasta que se cansaron. La ley romana no limitaba el número. Todas las partes del cuerpo de Jesús fueron objeto de latigazos. Eso sí, respetaron la cabeza y la parte del corazón, porque hubiera podido morir, como les había sucedido con otros. Y en este caso tenían una consigna: no matarlo. Así lo había mandado Pilato: «Le castigaré y luego le soltaré».

Las correas de cuero del flagrun taxillatum, cortaron en mayor o menor grado la piel de Jesús en todo su cuerpo: en la espalda, el tórax, los brazos, el vientre, los muslos, las piernas. Las bolas de plomo, caídas con fuerza sobre el cuerpo de Jesús, hicieron toda clase de heridas: contusiones, irritaciones cutáneas, escoriaciones, equímosis y llagas. Además, los golpes fuertes y repetidos sobre la espalda y el tórax, provocaron, sin duda, lesiones pleurales e incluso pericarditis, con consecuencias muy graves para la respiración, la marcha del corazón y el dolor.

Pero si en la parte externa Jesús quedó irreconocible por las heridas y por la sangre, en el interior de su organismo sufrieron también lesiones muy graves órganos vitales, como el hígado y el riñón. Los golpes fuertes sobre la zona renal, instauraron sin duda, una disfunción en los riñones. Lo mismo podemos decir sobre el hígado, donde provocaron también una disfunción del mismo. A esta disfunción o insuficiencia hepato-renal, junto a mayor pérdida de sangre, fueron acompañadas de cambios electrolíticos y de otros parámetros biológicos con todas las consecuencias gravísimas para la supervivencia.

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La disminución de la volemia por la nueva y abundante pérdida de sangre, aumentaron más gravemente la disnea o dificultad respiratoria, comenzada en Getsemaní. Esta disnea se aumentó todavía más, si cabía, por los golpes en la espalda y en el pecho que afectaron a órganos respiratorios y que además la hicieron dolorosa. Una hipercadmia muy seria estaba instaurada. Jesús tenía graves síntomas de asfixia. La hipotensión arterial comenzada en Getsemaní y aumentada con la desnutrición y la nueva pérdida de líquido corporal y de sangre, le dejaron materialmente sin fuerzas. Jesús no se tenía. Sin duda cayó, al desatarle las cuerdas, sobre el charco de sangre que había salido de su cuerpo. No olvidemos, que todo esto recayó sobre una dermis y epidermis sumamente sensible al dolor después de la hematidrosis.

En las circunstancias de Jesús es imposible explicar médicamente el dolor que sentiría cada vez que recibía un correazo con las bolas de plomo. Podríamos decir que en estos momentos Jesús era SÓLO DOLOR

 

 

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