«Y fueron presurosos y encontraron a María y a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido anunciadas sobre este niño.
Y todos los que lo oyeron se maravillaron de cuanto los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su corazón.
Y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, como le había llamado el ángel antes de que fuera concebido en el seno materno.»
Palabra de Dios
La Iglesia Católica quiere comenzar el año Celebrando esta Fiesta Solemne y pidiendo la protección de la Santísima Virgen María. Es la fiesta mariana más antigua que se conoce en Occidente. Es la fiesta de la mismísima “Madre de Dios».
La mujer y que mujer, es el centro de atención en la liturgia de hoy. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre, es María, la Madre de Dios, nada más y nada menos.
Ser madre siempre es un plan de Dios. Pero ser la Madre de Dios estaba pensado solo para una mujer en la historia, María de Nazaret.
Sabemos cómo Jesús entendía lo que suponía ser su Madre: “Quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mc 3,35). Así, el Hijo de Dios, aclara que María es su Madre más por ser dócil al querer de Dios y hacer la voluntad su voluntad, que por todas las tareas naturales de una madre.
En los acontecimientos de la Navidad muchos oyen palabras divinas, como los pastores el anuncio de los ángeles o Zacarías la predicción de Gabriel, pero María hace algo más, ella “guarda todas estas cosas y las pondera en su corazón”. Se trata de una actitud que encontramos otras muchas veces, y es propia de ella.
Muchos artistas representan la escena de la anunciación como la Palabra de Dios que llega y permanece perpetuamente en María. Y esta actitud específica de nuestra Madre, nos invita a todos nosotros a creer, renovar y acercarnos a la Palabra, con el deseo al principio de un nuevo año, como algo que genera vida divina en nosotros y a nuestro alrededor.
Una vez, a una mujer que escuchaba a Jesús le brotó del corazón una alabanza al vientre que le había llevado, pero el Maestro había replicado: “Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28).
Si intentamos escuchar con atención lo que Dios nos dice y lo ponemos por obra, nos llenaremos de maravilla como los pastores y toda nuestra vida será para la gloria de Dios.
San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo:
“nacido de mujer, nacido bajo la ley”, para indicarnos que, como hombre, Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz”. El rostro del Señor es Jesús de Nazaret, el hijo de María. El evangelio nos permite intuirlo cuando con impresionante sencillez nos dice, refiriéndose a los pastores: “Fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre”.
Theotokos quiere decir Madre de Dios en griego.
Ya en las Catacumbas Romanas que están cavadas debajo de la ciudad de Roma y donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Eucaristía en tiempos de las persecuciones, hay pinturas con este lema: «María, Madre de Dios».
La maternidad Divina de María fue el primer dogma mariano, promulgado en el Concilio de Éfeso en el año 430 d.C. En aquel tiempo ya se decía que era creído desde los orígenes del cristianismo que María había dado a luz al Dios Vivo, segunda persona de la Trinidad, el Emmanuel, o Dios con nosotros.
Aún con todo esto, la mayoría de los protestantes niegan esta gran verdad, revelada muy claramente en las escrituras, pero ya que no han admitido ningún dogma mariano tampoco este iba a ser la excepción.
María es verdadera Madre, ya que ella fue participe activo de la formación de la naturaleza humana de Cristo, de la misma manera en la que todas las madres contribuyen a la formación del fruto de sus entrañas. María es verdadera Madre porque Jesús es verdadero Hombre.
María, no formó a Dios, pero es Madre de Dios. Y si nosotros, hubiéramos podido formar a nuestra madre, ¿Qué cualidades no le habríamos dado? Pues Cristo, que es Dios, sí formó a su propia madre. Y ya podemos imaginar que la dotó de las mejores cualidades que una criatura humana puede tener, como mujer y como madre.
María no engendró a Dios desde la eternidad. María comienza a ser Madre de Dios cuando el Hijo Eterno se encarnó en sus entrañas, es decir en la misma “Encarnación del Señor”.
¿A quién llamamos madre? Pues a la mujer que engendra un hijo, y por ello, es madre de la persona por ella engendrada.
Si reconocemos que María engendró y dio a luz a Jesús, entonces reconocemos que María es madre de Jesús. Y si además reconocemos que Jesús es una persona divina, la Segunda Persona de la Trinidad, entonces reconocemos que María, por ser madre de esa Persona, Jesús, es verdaderamente Madre de Dios.
En el credo profesamos que el Hijo es engendrado (eternamente), no creado por Dios. Dios no tenía necesidad de hacerse hombre, pero quiso hacerse. Quiso tener madre verdaderamente. Gálatas 4,4: “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”. Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios, por ende, María es madre de Jesús, Dios y hombre verdadero.
Dios no necesitaba tener madre, pero la quiso tener para acercarse a nosotros con infinito amor. Dios es el único que pudo escoger a su madre y, para consternación de algunos y gozo de otros, escogió a la Santísima Virgen María quién es y será siempre la Madre de Dios.
Cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel en su Visitación, ésta, movida por el Espíritu Santo, la reconoció como Madre de Dios al llamarle “Madre de mi Señor”.
¿Pero ha habido controversia sobre la maternidad divina de María Santísima?
Pues sí. En el siglo V, Nestorio, Patriarca de Constantinopla afirmaba los siguientes errores:
Que hay dos personas distintas en Jesús, una divina y otra humana.
Sus dos naturalezas no estaban unidas.
Por lo tanto, María no es la Madre de Dios pues es solamente la Madre de Jesús hombre.
Jesús nació de María solo como hombre y más tarde “asumió” la divinidad, y por eso decimos que Jesús es Dios.
Vemos que estos errores de Nestorio, al negar que María es Madre de Dios, niegan también que Jesús fuera verdaderamente una Persona divina que asume una naturaleza humana.
La doctrina referente a María está totalmente ligada a la doctrina referente a Cristo. Confundir una es confundir la otra. Cuando la Iglesia defiende la maternidad divina de María está defendiendo la verdad de que, su hijo, Jesucristo, es una Persona divina.
En esta batalla doctrinal, San Cirilo, Obispo de Alejandría, jugó un papel muy importante en clarificar la posición de nuestra fe en contra de la herejía de Nestorio. En el año 430, el Papa Celestino I en un concilio en Roma, condenó la doctrina de Nestorio y comisionó a S. Cirilo para que iniciara una serie de correspondencias donde se presentara la verdad.
“Me extraña en gran manera, que haya alguien que tenga duda de si la Santísima Virgen hade ser llamada Madre de Dios. Si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿Por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos del Señor. Así nos lo han enseñado los Santos Padres” dijo San Cirilo de Alejandría.
Pero en el transcurrir de los tiempos y hasta nuestros días, en los diferentes Concilios y diferentes Papas, se ha venido constatando y dejando bien claro el Dogma de Madre de Dios.
Al año siguiente, en el año 431, se reunieron 200 obispos en el Concilio Ecuménico de Éfeso, ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años. En dicho Concilio, proclamaron solemnemente que “La Virgen María, sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Por ello, canonizó el título de “Theotokos”
“Desde un comienzo la Iglesia enseña que en Cristo hay una sola persona, la segunda persona de la Santísima Trinidad. María no es sólo madre de la naturaleza del cuerpo, sino también de la persona quien es Dios desde toda la eternidad. Cuando María dio a luz a Jesús, dio a luz en el tiempo a quien desde toda la eternidad era Dios. Así como toda madre humana, no es solamente madre del cuerpo humano sino de la persona, así María dio a luz a una persona, Jesucristo, quien es ambos Dios y hombre, entonces Ella es la Madre de Dios”
En vez de Theotokos, algunos padres proponían Christotokos, Madre de Cristo. Pero precisamente eso se consideró una amenaza contra la doctrina de la plena unidad de la divinidad con la humanidad de Cristo. Precisamente, en ese Concilio de Efeso, se confirmó por una parte la unidad de las dos naturalezas, la divina y la humana, en la persona del Hijo de Dios y, por otra la legitimidad de la atribución a la Virgen, del título de Theotokos, Madre de Dios.
Para celebrar la proclamación de Éfeso, los Padres, acompañados por el gentío de la ciudad, que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”. Así de esta forma, la Theotokos es representada e invocada como la reina y señora por ser Madre del Rey y del Señor.
“Después de ese concilio se produjo una auténtica explosión de devoción mariana, y se construyeron numerosas iglesias dedicadas a la Madre de Dios. Entre ellas sobresale la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma.
La doctrina relativa a María, Madre de Dios, fue confirmada de nuevo en el concilio de Calcedonia en el año 451, en el que Cristo fue declarado “verdadero Dios y verdadero hombre, nacido por todos nosotros y por nuestra salvación de María, Virgen y Madre de Dios, en su humanidad”
La Maternidad de María fue también afirmada por otros concilios universales, como el segundo de Constantinopla en el año 553.
En el siglo XIV se introduce en el Ave María la segunda parte donde dice: “Santa María Madre de Dios”. En el siglo XVIII se extiende su rezo oficial a toda la Iglesia.
El Papa Pío XI reafirmó el dogma en la Encíclica Lux Veritatis en el año 1931 y el Concilio Vaticano II, recogió en un capítulo de la Constitución Dogmática “Lumen gentium” sobre la Iglesia, punto octavo, la doctrina acerca de María, reafirmando su maternidad divina. El capítulo se titula: “La bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia”. Este documento presenta la maternidad divina de María en dos aspectos:
1) La maternidad divina en el misterio de Cristo.
2) La maternidad divina en el misterio de la Iglesia.
“Y, ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Sta. Virgen es venerada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades…. Y las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los límites de la sana doctrina, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo por razón del cual son todas las cosas, sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos”
En el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI, ya en el año 1968, dice: “Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y salvador nuestro”
También en 1984, San Juan Pablo II dice al mundo entero, a través de toda la oración de consagración “Recurrimos a tu protección, Santa Madre de Dios”
María por ser Madre de Dios transciende en dignidad a todas las criaturas, hombres y ángeles, ya que la dignidad de la criatura está en su cercanía con Dios. Y María es la más cercana a la Trinidad. Madre del Hijo, Hija del Padre y Esposa del Espíritu.
“El Conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María, será siempre la llave exacta de la comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia”
Saludamos a la Virgen con la Antífona de entrada de la Misa: “Salve, Madre santa, Virgen, Madre del Rey”
Santa María es la madre, llena de gracia y de virtudes, concebida sin pecado, que es Madre de Dios y Madre nuestra, y está en los cielos en cuerpo y alma.
Después de Cristo, Ella ocupa el lugar más alto y el más cercano a nosotros, en razón de su maternidad divina.
Decía San Juan de la Cruz: ”Y la Madre de Dios es mía, porque Cristo es mío”
Su Santidad Benedicto XVI decía en el año 2008: “El título de Madre de Dios, tan profundamente vinculado a las festividades navideñas, es, por consiguiente, el apelativo fundamental con que la comunidad de los creyentes honra, podríamos decir, desde siempre a la Virgen santísima. Expresa muy bien la misión de María en la historia de la salvación. Todos los demás títulos atribuidos a la Virgen se fundamentan en su vocación de Madre del Redentor, la criatura humana elegida por Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el gran misterio de la encarnación del Verbo divino.
Y todos sabemos que estos privilegios no fueron concedidos a María para alejarla de nosotros, sino, al contrario, para que estuviera más cerca. En efecto, al estar totalmente con Dios, esta Mujer se encuentra muy cerca de nosotros y nos ayuda como madre y como hermana. También el puesto único e irrepetible que María ocupa en la comunidad de los creyentes deriva de esta vocación suya fundamental a ser la Madre del Redentor. Precisamente en cuanto tal, María es también la Madre del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Así pues, justamente, durante el Concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, Pablo VI atribuyó solemnemente a María el título de “Madre de la Iglesia”.
Precisamente por ser Madre de la Iglesia, la Virgen es también Madre de cada uno de nosotros, que somos miembros del Cuerpo místico de Cristo. Desde la cruz Jesús encomendó a su Madre a cada uno de sus discípulos y, al mismo tiempo, encomendó a cada uno de sus discípulos al amor de su Madre. El evangelista San Juan concluye el breve y sugestivo relato con las palabras: “Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 27). Así es la traducción española del texto griego: εiς tά íδια; la acogió en su propia realidad, en su propio ser. Así forma parte de su vida y las dos vidas se compenetran. Este aceptarla en la propia vida (εiς tά íδια) es el testamento del Señor. Por tanto, en el momento supremo del cumplimiento de la misión mesiánica, Jesús deja a cada uno de sus discípulos, como herencia preciosa, a su misma Madre, la Virgen María.
Y qué hermoso repetir lo que también decía San Estanislao: “La Madre de Dios es también madre mía”. Quien nos dio a su Madre santísima como madre nuestra, en la cruz al decir al discípulo que nos representaba a nosotros: “He ahí a tu madre”, ¿será capaz de negarnos algún favor si se lo pedimos en nombre de la Madre Santísima?
Pidamos a María, a la doncella de Nazaret, a la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, Segunda Persona de la Trinidad, y que por ello se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo y Dios nuestro, nos facilite y sea la guía segura que nos introduzca en la vida del Señor Jesús, pues vemos y creemos que todo en ella apunta a su Hijo. Es por ello que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación.
Que MARÍA, la mismísima MADRE DE DIOS, nos lleve por este nuevo año que hoy comienza por los caminos de su mismísimo HIJO.